sábado, 8 de enero de 2011
Viajero
viernes, 7 de enero de 2011
Empezar. De nuevo.
lunes, 3 de enero de 2011
Vino y miel
El día que murió la libertad de expresión
Pese a todo esto, curiosamente, la reacción general del público ha sido de tristeza, por ser un medio de comunicación respetado e independiente, y quizá no tanto por el canal en sí mismo. Esa tristeza parece tener una raíz, un denominador común, de algo que se ha ido...y no volverá. Aunque para muchos resulte difícil comprender el origen de dicha melancolía, considero que lo que ha muerto Hoy ha sido la libertad de expresión. Sobre su tumba, Belén Esteban y el pequeño dictador bailando enajenados, azuzando al vulgo con su risa intoxicada. Representa el triunfo de la mediocridad, del absurdo, de lo soez y carente de todo significado. Representa, por tanto, el triunfo de la ignorancia, más pura y embrutecida. El pueblo ha hablado.
Quizá sea ingenuo por mi parte sorprenderme, habiendo perdido ya la fé y la esperanza en una sociedad plagada de miserias, griterío e ignorancia. Pero quedaba un atisbo de esperanza, un reducido sector de intelectuales que valoraban -y compartían- las opiniones críticas de todo lo que está ocurriendo a nuestro alrededor, sin que el pueblo alce una ceja. Quedaba una pequeña luz, un halo de esperanza...que no es ahora sino una vela solitaria en un velatorio vacío. Hace no mucho, Gabilondo dijo -en su tono habitual cargado de provocación y que no es sino una estimulante invitación a la reflexión- que vivimos en una dictadura. Una dictadura vestida con los ropajes de la democracia, que nos ofrece una cierta elasticidad dentro de lo que nos ha sido autorizado.
Lejos de la creencia habitual, de que es una mano negra la que maneja y manipula la opinión pública -eximéndonos de toda culpa-, nada más lejos de la realidad. Vivimos en la dictadura de la ignorancia, de la falta de criterio y opinión. La dictadura de los que prefieren ser entretenidos a ser informados. De los que prefieren ser liderados a ser participantes y ayudar a forjar la realidad aportando sus propias opiniones críticas. Vivimos por lo tanto en un mundo de cerdos, que prefieren ser alimentados con estiércol siempre y cuando se les permita rebozarse después.
Es por esto que, cuando realmente veamos limitados nuestros derechos fundamentales. Cuando la libertad de expresión sea realmente cosa del pasado. Cuando, al despertar después de la larga resaca, nos demos cuenta de que nuestros derechos civiles han sido duramente recortados. Entonces comprenderemos lo que perdimos. Analizaremos cuales fueron los pasos, en qué momento se produjo el cambio, cuando el pasotismo se convirtió en herramienta de los dictadores. Porque, sin duda, llegaran.
Intentaremos encontrar culpas fuera, en otros lugares, en otras personas. Pero será en ese momento cuando solo tendrán que mirarse en el espejo para encontrar a los verdaderos culpables. Los que prefirieron mirar para otro lado. Los que prefirieron seguir en su ignorancia mientras se desdibujaba la realidad que a sus abuelos costó la vida conseguir esbozar. Y, efectivamente señores. La historia se repite.
miércoles, 16 de junio de 2010
Dejar de buscar...
Por un lado la excitación y sincera jovialidad compartida con mis colegas, los amigos de la carrera con los que pasé tantos momentos geniales dentro -y más bien fuera- de las aulas. Admirando su perseverancia, su tesón y valorando la satisfacción que habrán encontrado todos ellos en completar un plan que les venía impuesto casi desde niños: con un sincero respiro y brillo en los ojos -posando sonrientes en la Plaza de Anaya de Salamanca.
Esos fueron mis sinceros sentimientos tras el primer pase de diapositivas, que encontré por casualidad en el perfil de mi mejor amiga de la facultad. Seguidos de efusivos mensajes que envié, con mucho cariño y una cierta nostalgia, felicitando a Ana por su gran logro y por sus "santos cojones". Reir de alegría por un amigo es una sensación extraña maravillosa. Le dije que no tenía ninguna duda de que llegaría allí sola y que esperaba que -con el paso de los años- lograra perdonar las promesas incumplidas. La de perdurar con ella en el tránsito, en ese maravilloso proceso que es la Universidad, y estar allí, a su lado -con la banda puesta.
Me dí cuenta después de estos años, precisamente en ese momento, que tendría que haber estado allí a su lado -pero no por la banda. Ni por el papiro. Sino por algo mucho más profundo, de una importancia mucho más trascendente. Por ella. Por ellos. Por algo vínculado a aspectos de cohesión generacional. Relacionado con cómo un individuo conforma su carácter y se adapta a su entorno con ciertos referentes generacionales que -aunque nos imponen los límites potenciales máximos a cada generación y nos "conforman" al resto- nos aportan aspectos esenciales de identificación con nuestros coetáneos y nos facilitan nuestro tránsito a la vida adulta grupal y posterior desarrollo integrados en dicho grupo.
Tuve otra certeza, esta vez una muy seria -una que liberó mi pensamiento y mi alma. Supe con total seguridad que no tenía que disculparme, ni bajar la cabeza, por no estar allí arriba con la banda puesta -sonriendo ante mis compañeros. Ni por la banda, ni por mis compañeros. Comprendí que mi tránsito a la madurez, mis procesos esenciales, se produjeron en otro tiempo (o a destiempo); rodeados de circunstancias bien diferentes de las que podrían ser consideradas normales: desde cómo y cuando los jóvenes son capaces de descubrir el amor, el sexo, la poesía, la seducción, la música, la intelectualidad, cuando se produce la cohesión personal, cuando llegan las expectativas, y -finalmente- cuando se afronta la realidad. Ellos comenzarán a experimentar esto último de aquí a un tiempo.
Tampoco iba a disculparme por tener otras expectativas para mi presente, por necesitar otro trayecto entre A y B. Por no seguir una línea recta, sino esta hermosa curva que es nuestra deriva. Ni por pensar diferente, amar diferente, querer hacer todo y nada, reirme, salir a pasear, recibir los rayos del sol a media mañana. Ni por querer no sentirme un esclavo, y pensar que soy mejor que todo eso. Ni por pensar por mí mismo, y -por lo tanto- ser diferente.
Porque, a lo mejor, no es mi problema.
miércoles, 17 de diciembre de 2008
Retales...
Porque no te cansarás de perderte en los olivares de mis ojos, que necesitan tanto del azul mar del norte. La complicidad de una simbiosis que no puede fallar, como una semilla húmeda, invisible, escondida entre guijarros de tierra mojada. Pero qué más da.
Siempre podrás olvidarte de esos campos, en los que quizá habrías gustado estar, pero que prefieres abandonar y alejar siempre. Siempre buscando tierras más fértiles; sin pensar que cuando el agua inunda el seco siempre emergen las semillas que, sin duda, continuará trayendo el viento mecidas, volando. Siempre.